"Hoy está furioso porque al despertarse no me vio y demoré en llevarle el biberón", dice una madre ante el airado (o sea con ira) llanto de su pequeño bebé. Su furia se desató al no encontrar la pacificante presencia de su madre. Su reducido umbral de tolerancia a la frustración -ya que es un bebé- lo lleva a reaccionar desaforadamente. Fue un día en que se sintió "mal-tratado"; injustamente maltratado, lo que si es remediado con un buen trato -pócima mágica para la furia- desaparece al momento. A medida que crece y que la palabra, la propia, aparece, la capacidad de tolerancia y de espera aumenta. El saberse querido es lo que hace crecer la resistencia a los diferentes embates que la vida presenta siempre.
Descontrolada respuesta
Este ejemplo de la airada respuesta de un bebé ante la no inmediata satisfacción de su necesidad, me lleva a intentar definir la furia como esa descontrolada respuesta a aquello que es vivido como un injusto padecer, como un maltrato. Al no sentirse reconocido como sujeto, se "enloquece" en su respuesta y ya la palabra deja de ser mediadora para convertirse en un arma de ataque ante aquel o aquello que es vivido como el causal de su desdicha.
Musiquita y colas
Permanentemente estamos expuestos a situaciones que tienden a "sacarnos": la desagradable musiquita de espera cuando por un silenciado teléfono se reclama; las interminables colas para pagar, cobrar o hacer un trámite; los desaprensivos conductores... Son tantas que no alcanzarían los etcétera para enumerarlas. Situaciones que generan indignación (o sea no haberse sentido dignamente tratado) y que llevan, por su acumulación e insistencia, cual dique que llegó a su límite, a que el desborde de la furia aparezca. Furia que dependerá en su intensidad y duración de cómo ese sujeto se reconozca, y de cuán lleno o no esté su vaso para que la gota lo haga rebalsar. También, de cuántas desdichas cargue en su vida y, siguiendo con el símil del dique, de cuántas compuertas de descarga posea. Y dependerá con qué humor y creatividad sobrelleve aquello que le tocó vivir.
Trágicas encerronas
Por otro lado, no es lo mismo la furia ciega, que sólo conduce a una mayor carga de odio y fracaso, que -al decir del doctor Fernando Ulloa- responder con un valiente "carajo" ante aquellas situaciones que tienden a llevarnos a trágicas encerronas, en donde pareciera que lo único posible es? la ira. Si al maltrato respondemos con mal-trato, sólo logramos un doble efecto; o sea, lo peor.